10/4 • Concierto de Semana Santa • Orquesta y Coro Estables de la provincia


Orquesta Estable de Tucumán Director: Mtro. Jorge Bulacia Soler

Coro Estable de Tucumán Director: Mtro. Ricardo Sbrocco

Solistas Penélope Albornoz (Violín) • María Siñeriz (Soprano) • Ariel Corroto (Barítono)

 

 

Programa

Suite n° 1 “Peer Gynt” (Edvard Grieg)

Concierto para violín y orquesta de cuerdas (Ramiro Mansilla Pons)

Requiem (Gabriel Faure)

 


 

Suite n° 1 “Peer Gynt”, Edvard Grieg · comienza con una evocación del amanecer -en palabras del autor: “imagino al sol rompiendo entre las nubes al primer forte”-, en la que la melodía se expone mediante un solo de flauta, después por el oboe, iniciándose un diálogo entre ambos, y después por la cuerda, con un crescendo, desarrollándolo por completo. El tema vuelve a continuación en la trompa, antes del lento desvanecimiento de las notas en el aire, serenamente. La mañana Alegro pastoral en 6/8, en Mi mayor- es una de las melodías descriptivas más conocidas, en la que rápidamente se identifica su significado extramusical.

En la segunda pieza, La muerte de Ase, únicamente intervienen las cuerdas, describiendo el pesar de Peer ante la muerte de su madre, en un Andante doloroso en Si menor, en compás de 4/4, cuya desgarradora sencillez expresa la emoción del momento, una queja desolada del protagonista. La Danza de Anitra, el tercer movimiento en Tempo de mazurka -en La menor y en compás de 3/4- es una danza oriental también protagonizada por el pizzicato de las cuerdas, con acompañamiento de triángulo, que nos sitúa en África, cuando Peer es tomado como profeta y la bella Anitra interpreta una danza para seducirle.

Para cerrar esta primera suite, la también célebre En la gruta del rey de la montaña –Alla marcia e molto marcato, en Si menor y compás de 4/4-, nos narra desde el acorde inicial con un tempo lento de los instrumentos graves -los fagotes, que simulan los pasos lentos y cuidadosos de Peer, los violoncelos y los contrabajos-, la bajada de nuestro aventurero a la misteriosa gruta, húmeda y oscura, donde se encuentra el rey de la montaña; la melodía se va repitiendo durante toda la pieza. Una vez Peer encuentra su amada, intenta huir a toda prisa sin ser descubierto, de ahí el pizzicato del oboe y los violines pero, tras ser descubierto por los troles guardianes de la cueva, empieza la persecución, que hace que la música se precipite: el tempo se acelera, aumenta la intensidad y el número de instrumentos, en un crescendo dinámico que, guiado por la flauta piccolo, alcanza su clímax. La pieza concluye con el regreso a la tónica, y termina con un acorde de Si menor que simboliza la exitosa fuga de Peer Gynt.


Concierto para violin y orquesta de cuerdas, Ramiro Mansilla Pons · el concierto para violín y orquesta de cuerdas es una obra que aborda la estructura clásica de los conciertos para solistas consistente en tres movimientos con tempos contrastantes (rápido – moderado – rápido), intentando explorar distintas formas de virtuosismo, así como también diferentes maneras de vinculación entre el instrumento solista y el grupo orquestal. De este modo, el instrumento solista hace gala de numerosos recursos idiomáticos (escalas a gran velocidad, arpegios, acordes de cuatro notas, pizzicatos, armónicos, saltos de registro, entre otros), muchos de los cuales son tomados y desarrollados por la orquesta.

No se trata de una obra que posea una referencia extramusical, sino más bien de una composición basada en una forma tradicional atravesada por algunos elementos sonoros contemporáneos. Así, su lenguaje armónico y melódico se sustenta en una base tonal con acordes expandidos y disonancias abordadas de una manera expresiva.

El Concierto para violín y orquesta de cuerdas fue compuesto en el año 2020 y revisado en 2021 gracias a la colaboración de la solista Penélope Albornoz.

Ramiro Mansilla Pons nació en Tucumán en 1983. Es Profesor y Licenciado en Composición, Magister en Estética y Teoría de las Artes y Doctor en Artes por la Universidad Nacional de La Plata, habiendo sido premiado por sus calificaciones. Becado, también se formó en la Universidad Federal de Minas Gerais, en Brasil, y en el Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla de Buenos Aires, en la Diplomatura Superior en Composición con Nuevos Medios.

Ha obtenido becas y subsidios de instituciones como la Universidad Nacional de La Plata, Universidad Federal de Minas Gerais, Universidad Estadual de Campinas, Asociación de Universidades Grupo Montevideo, Fondo Nacional de las Artes, Instituto Nacional de la Música, Ministerio de Cultura de Buenos Aires, Ibermúsicas, Unión Lituana de Compositores, Fundación OSESP, Fundación Banco Santander, Fundación Williams y la Organización de los Estados Iberoamericanos. Ha compuesto y estrenado más de sesenta obras en Argentina, Brasil, Uruguay, Estados Unidos, Canadá, Francia, Italia, Inglaterra y Lituania, entre las que se cuentan música orquestal, de cámara, para instrumentos solistas, electroacústica, ópera e incidental para danza, videodanza, teatro y cine, habiendo obtenido premios en diversos concursos de composición en Argentina, Uruguay y Francia.

Es docente en el Conservatorio Superior de Música Ástor Piazzolla de Buenos Aires, y docente y becario de investigación posdoctoral en la UNLP, donde también se desempeña como compositor residente y director musical de Aula 20, su grupo de danza contemporánea.


Requiem, Gabriel Faure · nació en Pamiers, Francia, un 12 de mayo de 1845. Fue el quinto de sus seis hermanos, y el único de todos ellos que demostró talento musical. Ya de muy pequeño se entretenía tocando un viejo armonio en una capilla cercana a su escuela. Hasta que, con el paso de los años, el discreto talento del joven Fauré fue haciéndose notorio y finalmente su padre decide enviarle a París para que estudie en la École Niedermeyer, donde llegará entablar una amistad de por vida con Camille Saint-Saëns.

Aunque más agnóstico que devoto, Fauré consumió gran parte de su existencia viajando de iglesia en iglesia y, a su muerte, ya habían desfilado entre sus dedos las teclas de los órganos más importantes de la cristiandad francesa. Tanto es así que el propio compositor dejaría por escrito: “después de tantos años acompañando al órgano servicios fúnebres me lo sé todo de memoria. Yo quise escribir algo diferente”. Así pues la diferenciación fue una premisa fundamental cuando en 1886, tal vez motivado por el fallecimiento de su padre, se propone iniciar la composición de una misa de Réquiem. Lo verdaderamente particular de esta misa es que, por primera vez en el género, la música es capaz de mirar fijamente a la muerte sin intimidarse, encontrando en ella una experiencia liberadora y reconfortante. No parecen existir pues para el autor responsabilidades más allá del mundo terrenal, ni nadie que pueda exigirlas. Sólo un plácido y etéreo paraíso que Fauré nos describe musicalmente al final de la partitura.

La obra comienza siguiendo el orden acostumbrado en la misa de difuntos: Un Introitus seguido de la Kyrie. Ambas parten ruegan perdón al Señor, y en la música del compositor francés lo hacen de una forma solemne, densa y con algunos momentos oscuros que se ven reforzados por la rotundidad de los metales. No obstante, la claridad de las voces se opone casi siempre al sonido grave de la orquesta; es la manera que tiene este réquiem de cantar a la muerte, casi arrullándola. La tonalidad de re menor no es casual, puesto que a lo largo de la historia ha demostrado ser fácilmente asociable con la tristeza y la muerte. No olvidemos que el Réquiem de Mozart está escrito también en re menor, así como la música sobrenatural que acompaña al Comendador en el último acto de Don Giovanni. Rompiendo ya con la rígida estructura litúrgica, la composición se salta el Tracto y, especialmente, la Sequentia donde debe hablarse del Dies Irae (Día de la ira divina), de tanta fuerza en autores como Verdi o Berlioz. Fauré opta sencillamente por omitirlo, saltando directamente al Ofertorio y reemplazándolo por un tranquilizador “In Paradisum” al final. En el Ofertorio es clave la intervención del barítono, que debe cantar “Hostias et preces tibi” para completar la transición hacia el Sanctus precedente, de corte muy tranquilo y con una genial melodía en las cuerdas.

La parte que sigue, el Pie Jesu es quizá una de las más conocidas de la obra, y una nueva innovación por parte del compositor, dado que aunque otros autores como Dvořák o Duruflé también hayan optado por colocar esta parte en sus misas de réquiem lo cierto es que ésta no viene recogida en la liturgia tradicional, según la cual debería pasarse directamente al Agnus Dei. En el proyecto inicial de Fauré la parte del Pie Jesu debía ser cantada por un niño, ya que esto motivaba un acompañamiento ligero, acorde con la visión por el autor. No obstante en la mayoría de ocasiones esta parte es abordada por una soprano. Con el Agnus Dei el órgano vuelve a recuperar algo de protagonismo, quizás preparando ya la atmósfera un punto más oscura que se aprecia en la parte siguiente: el Libera Me, que destaca por la poderosa aria de barítono. Esta no estaba incluida en la primera versión de la obra, sino que fue añadida con posterioridad. Concretamente en una segunda edición terminada en el año 1900 y que podemos disfrutar gracias, en gran medida, al también compositor Edward Elgar, católico practicante y amigo de Fauré, a quien animó para orquestar el réquiem con la intención de representarlo en Londres.

Los dos padres de Fauré murieron en épocas próximas a la composición de este réquiem. Quizá a eso se deba la inclusión de la parte “In Paradisum” al final de la composición; porque ese era precisamente el lugar que el compositor deseaba para sus progenitores: un espacio tranquilo, atemporal. Musicalmente la parte está llena de ágiles grupos de semicorcheas que contribuyen a crear un marco etéreo y un tanto místico, consiguiendo encuadrar perfectamente las voces del coro.

Finalmente la obra termina como empezó, con un Re mantenido por el órgano, pero interpretado en esta ocasión de forma dulce y que debe ir perdiéndose poco a poco dentro de lo permitido por las capacidades de matización del instrumento. Fauré morirá en noviembre de 1924 sin llegar a ver como su réquiem alcanzaba las máximas cotas de popularidad. La pieza fue interpretada durante su funeral en la Iglesia de la Madeleine, convirtiéndose así en la obra que marcaría el final de la vida del compositor y, paradójicamente, también el comienzo de su inmortalidad.

 

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